jueves, 14 de marzo de 2013

De mí


         Estoy despierta, no es un sueño. La gente corre aterrorizada y yo los sigo. No sé de qué huimos. Es de noche, la luna ilumina el asfalto. Oigo los gritos, las alarmas de los coches, los cristales rompiéndose,  mi respiración agitada.
            Miro atrás y no queda nadie, soy la última en esta carrera sin sentido. Estoy agotada pero no puedo parar, no quiero quedarme sola. Las luces de las farolas alumbran las calles adyacentes, desiertas. Todos escapamos de quien nos persigue.
            Un niño se ha caído y su madre tira de él. Si acelero la carrera, los alcanzaré y podré correr con ellos. Cierro los ojos y le pido más a mis piernas; cuando los abro, los intuyo mezclados con la multitud que se precipita hacia…, ¿dónde? No lo sé, sólo huimos.
            Intento recordar qué ha sucedido: nada, en mi mente sólo hay vacío.
            Llamo a los más rezagados, les pido que me esperen, me asusta ser la última. No me escuchan, ni tan siquiera se giran.
            Necesito detenerme un instante, sólo un segundo para recuperar el aliento. Miro a mis espaldas y no lo veo; quien sea que nos persigue está lejos. Me acerco a la acera y me apoyo en el cristal de una tienda. Inspiro profundo y trato de calmarme…
            Me muero de sed. Observo el interior de la tienda y veo una sombra reflejada en el escaparate.
            ¡Está aquí, justo detrás de mí!
            El monstruo…
            Me observa, muy cerca. Veo como trata de suavizar su respiración. ¡Dios mío, no tiene nariz! Sólo dos agujeros hediondos sobre una boca repulsiva. Los ojos inyectados en sangre se juntan bajo una frente abombada con cicatrices y cubierta de pelo gris.
No me atrevo a moverme. El corazón acelerado intenta escapar de mi cuerpo. Levanto el brazo y me lo acerco al costado sin dejar de observar al monstruo.
Él también levanta un brazo cubierto de harapos y pega una mano enorme a su pecho.
Nos observamos. Es grande, unos tres metros. A pesar del tamaño hay algo en su mirada que no encaja…
Ahora me busco en el reflejo del cristal. Veo un coche, un buzón de correos, el monstruo…, pero yo no me encuentro.
¡Estoy justo aquí, delante de esta bestia! Levanto de nuevo el brazo y me toco una mejilla. Y el monstruo levanta también el brazo y apoya la mano en la piel ensangrentada de su rostro.
Retiro los ojos del cristal y miro atrás. Y no hay nadie. ¡Nadie!
De pronto los recuerdos vuelven a mi cabeza.
¡No!, grito tan fuerte que mi voz se quiebra y se transforma en un alarido.
¡No!
Ya sé de qué huyen.
De mí.


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