sábado, 16 de marzo de 2013

La promesa


            —Tienes altos niveles de plomo —declaró el hombre joven con gesto serio y preocupado—, lo que justifica tu estado actual de debilidad y los dolores que padeces —dejó las hojas que había leído en la mesa y cruzó los brazos sobre su cuerpo—. ¿Qué vas a hacer?
            El hombre viejo se pasó la mano por los cabellos y negó con la cabeza.
            —¿Nada? —el joven se levantó—. ¡Tío Jorge, tienes que ir a la policía! —comenzó a caminar por su consulta—. ¡Te está envenenando! ¡Esa cualquiera te va a matar, no lo entiendes?
            El viejo se reclinó en la silla. Estaba cansado, extremadamente cansado.
            —De acuerdo, lo haré yo —el joven doctor volvió a sentarse y buscó el teléfono entre la maraña de papeles que ocupaban su mesa—. Esto es de locos…
            El viejo cerró los ojos y lo maldijo en silencio. ¿Por qué no lo dejaba estar? ¡Maldita sea!
            —¿Policía?... Sí, quería hacer… —guardó silencio. Se giró y sus ojos tropezaron con los de un loco; soltó el teléfono y se llevó la mano a la garganta. Algo caliente se deslizó entre sus dedos. Las piernas no aguantaban y se derrumbaron sobre la moqueta, llevándoselo a él detrás. Y la sangre escapó a borbotones de su cuerpo, por los agujeros que el viejo iba cavando con un abrecartas.
            El viejo sacó el abrecartas de su costado y se desplomó en el suelo junto a él. Estaba a punto de perder la conciencia pero antes tenía que escribir la carta. Se levantó, respirando trabajosamente, y alcanzó un folio de la mesa. Se dejó caer en el suelo, buscó un bolígrafo en sus bolsillos y comenzó a escribir.
           
* * *

            —¿Qué tenemos? —el inspector de policía entra en la habitación y se dirige a la forense.
         —Dos fallecidos. Hombre joven, unos treinta años, 16 heridas de arma blanca, en principio parece que con ese abrecartas—y señala el objeto que un agente ha metido en una bolsa de plástico y ha dejado sobre la mesa—. Ésta es su consulta, era médico. —La forense señala con la cabeza el segundo cuerpo—. Anciano de unos ochenta años, aparente suicidio.
            El inspector la mira con sorpresa.
            —Hay una carta —le dice la forense.

             "La ambición humana no conoce límites: él me ha matado. 
El amor tampoco conoce límites: yo lo mato a él.
            Jorge."

            —No comprendo…
            Un agente se acerca al inspector.
         —Hemos encontrado unos análisis recientes en los que se indica que el viejo estaba siendo envenenado con plomo. La carta parece indicar que el sobrino era el culpable…

* * *

            Antes de morir, el viejo pensó en ella. Diez años juntos soñando que lo amaba. Quedaba tan poco para el final, era tan anciano…
¿Por qué no pudo esperar?
            Maldita sea…
            Ahora su sobrino le arrebataba la vida con esos análisis.
¡No quería saber!
            
          Él prometió que siempre cuidaría de ella, nunca dejaría que le sucediese nada malo. Se lo prometió un día de sol en Venecia, embriagado por el champán y su sonrisa.
            Y él era un caballero: nunca dejó una promesa sin cumplir…






6 comentarios:

  1. Que bonito...y triste...pero sobre todo bonito!
    Pepi

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    1. Pepi!!! Gracias, pequeña! Y no te parece intrigoso? :-)

      Millones de besos!!!

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  2. las promesas se han de cumplir, sí o sí!

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    1. Sandler, sabes qué? Ese final me pareció muy Toscanablues!

      Para eso están las promesas :-) Besos!!!

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    2. Final, muy Toscanablues, sol, Venecia y champán!! increíble.

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    3. Jajajajaja!!! En Venecia siempre hace sol y todo el mundo bebe champán en cualquier momento, eso es así de toda la vidadedios.

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