Estoy
despierta, no es un sueño. La gente corre aterrorizada y yo los sigo. No sé de
qué huimos. Es de noche, la luna ilumina el asfalto. Oigo los gritos, las
alarmas de los coches, los cristales rompiéndose, mi respiración agitada.
Miro
atrás y no queda nadie, soy la última en esta carrera sin sentido. Estoy
agotada pero no puedo parar, no quiero quedarme sola. Las luces de las farolas
alumbran las calles adyacentes, desiertas. Todos escapamos de quien nos
persigue.
Un niño
se ha caído y su madre tira de él. Si acelero la carrera, los alcanzaré y podré
correr con ellos. Cierro los ojos y le pido más a mis piernas; cuando los abro,
los intuyo mezclados con la multitud que se precipita hacia…, ¿dónde? No lo sé,
sólo huimos.
Intento
recordar qué ha sucedido: nada, en mi mente sólo hay vacío.
Llamo a
los más rezagados, les pido que me esperen, me asusta ser la última. No me
escuchan, ni tan siquiera se giran.
Necesito
detenerme un instante, sólo un segundo para recuperar el aliento. Miro a mis
espaldas y no lo veo; quien sea que nos persigue está lejos. Me acerco a la
acera y me apoyo en el cristal de una tienda. Inspiro profundo y trato de
calmarme…
Me muero
de sed. Observo el interior de la tienda y veo una sombra reflejada en el
escaparate.
¡Está
aquí, justo detrás de mí!
El
monstruo…
Me
observa, muy cerca. Veo como trata de suavizar su respiración. ¡Dios mío, no
tiene nariz! Sólo dos agujeros hediondos sobre una boca repulsiva. Los ojos
inyectados en sangre se juntan bajo una frente abombada con cicatrices y
cubierta de pelo gris.
No me atrevo a moverme. El corazón acelerado intenta
escapar de mi cuerpo. Levanto el brazo y me lo acerco al costado sin dejar de
observar al monstruo.
Él también levanta un brazo cubierto de harapos y pega
una mano enorme a su pecho.
Nos observamos. Es grande, unos tres metros. A pesar del
tamaño hay algo en su mirada que no encaja…
Ahora me busco en el reflejo del cristal. Veo un coche,
un buzón de correos, el monstruo…, pero yo no me encuentro.
¡Estoy justo aquí, delante de esta bestia! Levanto de
nuevo el brazo y me toco una mejilla. Y el monstruo levanta también el brazo y
apoya la mano en la piel ensangrentada de su rostro.
Retiro los ojos del cristal y miro atrás. Y no hay nadie.
¡Nadie!
De pronto los recuerdos vuelven a mi cabeza.
¡No!, grito tan fuerte que mi voz se quiebra y se
transforma en un alarido.
¡No!
Ya sé de qué huyen.
De mí.
Estupendo relato. Angustiosa carrera, pero mucho más angustioso final.
ResponderEliminarAnele, gracias :-)))
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